domingo, 30 de diciembre de 2012

Viaje a Viena 2

Tras un viaje de una semana, lady Catherine Kengsinton y monsieur Sebastian LaPierre llegaron a Viena.

El carruaje los llevó a Michaelerplatz.



 Lady Kengsinton le preguntó al cochero:

- Disculpe amable cateto. ¿Podría indicarnos algún hotel en el que pudieramos descansar de tan largo viaje?

- Claaaaaro. Zi ze zuben de nuevo al carruaje, les llevo ar hoté de mi primo Ludwig. Un hotel mu limpio y mu agradable.

Hubo algo que a monsieur LaPierre no le gustó en la actitud del cochero. Le hizo un leve gesto a Lady Kengsinton y esta lo entendió al momento.

- Uy, pues ha sido usted muy amable. Creo que mejor nos quedamos por aquí cerca. Muchas gracias.

- ¡¡A MANDAR!!

Y tirando de látigo, fustigó a los caballos, y cochero y carruaje desaparecieron por Löwelstraße.



Lady Kengsinton y monsieur LaPierre comenzaron a caminar por el parque, ella con su parasol y él llevando el equipaje. Se cruzaron con un par de enanos, un burgués caminando con su amante, un dragón hablando con una señorita... Hasta que monsieur LaPierre se decidió a preguntarle a un transeunte:

- Disculpe usted. ¿Sabría indicarme la dirección de la Sociedad Geográfica, por favor?

- Ja voll. Siga recto por Stallburggasse y en la intersección con la Spiegelgasse la encontrará.

Tras un agradable paseo (al menos para Lady Kensington), llegaron a la dirección indicada.

Lady Kensington tiró del timbre, mientras Pierre recobraba el aliento. Al poco la puerta se abrió y apareció un mayordomo.

- ¿Sí, dígame?

- Buenos días, ¿podría entregarle mi tarjeta de visita al director de la Sociedad Geográfica, por favor? Y terminando la frase, depositó sobre la bandeja de plata su tarjeta de visita.

- Esperen un momento.

El mayordomo se dio la vuelta y se introdujo dentro de la casa. Al poco volvió.

- Hagan ustedes el favor de pasar al hall. No se preocupen por el equipaje, yo mismo me encargaré del mismo.

- Merci beaucou, creo que no hubiera podido tirar del equipaje en este último tramo.


Entraron en la sede de la Sociedad Geográfica: el olor a maderas nobles lo impregnaba todo. Aquí una escultura maya, allí una máscara ritual afrikana. En el hall tomaron asientos en un par de sillones de orejas.

Las estanterías estaban abarrotadas de libros de historia, exploraciones y atlas, pero no olían a rancio como en otras bibliotecas, parecía que se usaban de continuo.

Lady Kengsinton reconoció ese olor: era el de una biblioteca viva.

Monsieur LaPierre no reconoció nada. Estaba exhausto y se dejó caer sobre uno de los sillones. El calor de la chimenea le reconfortó al momento.

Al poco oyeron unas rápidas pisadas en el piso superior. De idas y venidas. A continuación, el sonido de bajar las escaleras de forma apresurada y pararse en la puerta de enfrente del Hall durante unos segundos. Lady Kengsinton y monsieur LaPierre se miraron desconcertados.

La puerta se abrió.

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